La cabaña primitiva en la ciudad contemporánea. MARC Antoine Laugier, arquitecto teórico y jesuita que vivió en el siglo XVIII, buscó el concepto de la arquitectura en las cabañas primitivas, y expuso su teoría de la siguiente manera: El hombre necesita un lugar para descansar.
Es por ello por lo que busca un prado a lo largo de un curso de agua tranquilo. La vegetación le regocija la vista; su textura delicada le atrae. Se deja caer dulcemente sobre el tapiz estriado y sueña retozar sobre este don de la naturaleza. No tiene necesidad de nada más. Pronto, no obstante, el calor del sol le quema la piel, lo cual le impulsa a buscar un abrigo.
Busca, entonces, un bosque en el que se aprovecha del aire fresco bajo los árboles. (Kenchiku shiron [Essai sur larchitecture], traducido por Riichi Miyake, Editorial Chuo Koron)
Para defenderse de la lluvia y de la humedad, el hombre pronto se refugió en las cuevas, pero enseguida intentó crear una vivienda huyendo de la obscuridad y del aire insalubre de la cueva. Algunas ramas cortadas en el bosque le sirvieron para empezar a realizar su plan. Reúne las cuatro más sólidas que puede encontrar y las dispone verticalmente formando un cuadrado.
A continuación, coloca encima cuatro ramas horizontales. Añade entonces otras ramas en sentido oblicuo, juntándolas dos a dos en un punto para formar una v invertida. El tejado, que debe hacer de pantalla contra el sol y la lluvia, está formado por una masa densa de hojas.
Es entonces cuando el hombre se convierte en habitante de una casa. (…) El origen de la arquitectura no es otro que la repetición de este proceso. El tipo de cabaña primitiva descrito aquí ha servido de motor a la imaginación arquitectural más exaltada (ob. cit.).
Así Laugier introdujo la teoría de la arquitectura clásica compuesta por columnas, cornisas, tímpanos, etc., a partir de la cabaña primitiva. Pero la cabaña primitiva dibujada en la portada de su libro Essai sur larchitecture es casi igual que un bosque natural.
Las cuatro columnas clavadas en la tierra son árboles con sus hojas frondosas y los cabios colgados entre las parhileras y los travesaños (cornisas), aparecen dibujados entre las ramas de los árboles.
Para nosotros, habitantes de la ciudad, como nómadas que sólo podemos reconocer la casa uniendo varias de sus funciones que están esparcidas en medio de la ciudad como si fueran pedazos de un cristal roto, me parece significativo que volvamos a pensar, una vez más, en la cabaña primitiva. Sin embargo, los habitantes urbanos de hoy día disponen ya de una sensación corporal androide.
Porque en medio del bosque que se llama espacio urbano, el torrente de la montaña podría ser no sólo el ir y venir de los automóviles en las autopistas sino también el flujo de las corrientes magnéticas invisibles, y la sombra de los árboles, apropiada para disfrutar del frescor, puede estar dentro del bosque de acero y de aluminio donde retumba el sonido del sintetizador.
Por consiguiente, aunque sea una cabaña primitiva donde tenemos que refugiarnos, no tiene una composición clara con columnas y vigas como la describía Laugier, sino que me parece que es un abrigo cubierto por un velo suave e invisible.
Al lado de la cabaña primitiva dibujada por Laugier está sentada una mujer que se apoya en un capitel clásico allí caído, señalando hacia la cabaña con su mano derecha.
Debe de ser una arquitecta porque lleva el cartabón y el compás en una de sus manos, y es simbólica la pose que representa, llena de confianza en sí misma como arquitecto. Porque la confianza como arquitecto surge de la alegría de haber extraído la obra arquitectónica artificial de la naturaleza y además esta obra puede demostrar un orden razonable apoyado en una composición clara.
La obra construida se separa de la naturaleza-arquitectura y se independiza del sujeto arquitectónico como una existencia completa. Entonces, el cuerpo del arquitecto, que estaba simplemente en medio de la naturaleza entreteniéndose encima de la alfombra verde del prado o gozando de la sombra debajo de un árbol, a partir de este momento, se coloca fuera de la naturaleza-arquitectura.
En cualquier época el arquitecto, con más o menos intensidad, ha venido madurando gradualmente las imágenes arquitectónicas suaves que emanan del interior de sí mismo, para objetivarlas y conseguir el reconocimiento social al transformarlas en objetos arquitectónicos autónomos.
La imagen del arquitecto postmoderno, que dejaba a su alrededor restos arquitectónicos históricos, recuerda la figura minimizada de la mujer que describe Laugier. Para un arquitecto, la arquitectura ha sido siempre algo que se puede ver con facilidad. Sin embargo, si el bosque donde residimos es un espacio invisible, y si tampoco podemos objetivar con claridad la casa donde tenemos que vivir, seremos arrojados de nuevo, inevitablemente, a este bosque y campo que se llama ciudad.
Esta ciudad, a diferencia de las ciudades occidentales, jamás enseña su lado externo, por lo que no podemos nunca situarnos fuera del espacio urbano. A pesar de estar perdidos en el interior de esta ciudad confusa, el arquitecto sigue convencido de que puede clavar una cuña desde el exterior en este espacio confuso. ¡Precisamente este exceso de confianza hace que la arquitectura de hoy día sea tan cerrada y corrompida! No nos queda más remedio que buscar la casa, que no se ve, dentro del bosque invisible.