Historia y evolución del diseño industrial. El diseño industrial es un fenómeno vivo y dinámico. En cualquier reunión de diseñadores industriales podrían escucharse opiniones muy diferentes sobre los comienzos de la disciplina, sus influencias y sus prioridades. Sin embargo, hay dos raíces que nadie discute. Una de ellas parte de la mercadotecnia y la explotación del diseño industrial para aumentar las ventas de un producto y el volumen de operaciones de una empresa.
La otra, que constituye un punto de partida histórico más apropiado, es más abstracta, y se centra en el papel que desempeñan los seres humanos en una sociedad industrial, que incluye la búsqueda de formas estéticas apropiadas y mejora de los productos existentes, en una era tecnológica que avanza a gran velocidad.
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La Revolución Industrial, que comenzó en el siglo XVIII, hizo que se pasara de la producción individual a la división del trabajo en las fábricas. Para los obreros, las condiciones de trabajo eran peligrosas y sucias, y no fomentaban ningún sentimiento de orgullo por el trabajo realizado.
Se producían muebles, cuberterías y textiles, destinados a atraer a una nueva clase media urbana que mostraba un gran interés por este tipo de productos y por otros más baratos. En el siglo XIX, una serie de críticos y reformadores eminentes, como los británicos John Ruskin o William Morris, encontraron vínculos claros entre los sistemas industriales de fabricación y la pobreza de relaciones entre la sociedad y sus objetos cotidianos, caracterizados por la impersonalidad de las máquinas que los generan.
La Gran Exposición celebrada en el Hyde Park londinense en 1851 sirve con frecuencia para ilustrar este debate porque presentó una gran variedad de objetos y máquinas de muchos países entre los que predominaban las recreaciones históricas carentes de espíritu, y tan ajenas a la lógica industrial como próximas al decadente gusto burgués.
Entre los reformadores británicos y del resto de Europa se creía cada vez más que el diseño para la industria era una preocupación social fundamental, una cuestión de política nacional y de educación. Esta convicción caracteriza el debate del “diseño para la industria” que tuvo lugar a finales del siglo XIX y principios del XX.
Establecimiento de escuelas de diseño industrial
El establecimiento de escuelas de diseño, como la Central School of Arts and Crafts, fundada en 1896, fue uno de los primeros intentos de desarrollar una comprensión crítica de los objetos y la arquitectura. El gobierno alemán fomentó la cooperación entre artistas, fabricantes y vendedores a través del Deutscher Werkbund (Asociación Alemana de Artesanos, fundada en 1907), y uno de los miembros de esta organización, Peter Behrens, puede considerarse uno de los primeros diseñadores industriales propiamente dichos, al colaborar con la empresa alemana AEG.
El polémico debate de la Werkbund, que continuó con la escuela de diseño de la Bauhaus (fundada en Weimar en 1919), se centraba en las relaciones entre las sensibilidades artísticas y artesanales, el aprovechamiento de la máquina, el uso de nuevos materiales en arquitectura y el diseño para la producción industrial. La pureza formal del movimiento moderno (que se aprecia especialmente en la obra de arquitectos como Le Corbusier o Ludwig Mies van der Rohe) tuvo una importante influencia en la naciente disciplina del diseño industrial.
Los países escandinavos, con una gran tradición artesana y una industrialización tardía, demostraron que el diseño industrial (aplicado a muebles, textiles y productos de consumo) podía combinar los ideales modernistas de la producción en serie, la decoración y las formas directas con los factores humanos sutiles, el conocimiento de los materiales y la facilidad de comercialización. El finlandés Alvar Aalto, el sueco Bruno Mathsson y el danés Arne Jacobsen se hicieron famosos por sus diseños funcionales de aspecto sencillo.
Durante la década de 1950, el estilo escandinavo tuvo una gran influencia en el diseño industrial internacional. Uno de los fenómenos más paradigmáticos de la importancia económica del diseño industrial fue el que se produjo en Italia tras la II Guerra Mundial. Allí, un gran número de industrias confiaron su recuperación al apoyo de esta disciplina, vinculada en el país transalpino con la primera generación de críticos al movimiento moderno.
Así, empresas como Fiat, Olivetti o Pirelli contaron con las investigaciones formales que introdujeron algunas figuras de la importancia de Gio Ponti, Ettore Sottsass, Giambattista Pininfarina o Achille Castiglioni, que revolucionaron la imagen de los productos industriales y volvieron a situar a Italia entre los países más pujantes del mundo.
El ejemplo italiano sirvió de acicate para el diseño español, que alcanzó a mediados de la década de 1980 una relevancia similar a la transalpina, aunque la industria ibérica no pueda competir a la altura de su rival italiano. Compañías como la francesa Citroën, la alemana Braun o la italiana Olivetti adquirieron una reputación envidiable durante la posguerra mundial por el éxito de sus productos, que se debió en parte a su fe en el diseño. Su trabajo fue reconocido con numerosos premios internacionales de diseño.
Diseño industrial y mercadotecnia. En Gran Bretaña y los demás países europeos, la Revolución Industrial probó con claridad el principio de división del trabajo. Sin embargo, fue en Estados Unidos donde Henry Ford revolucionó la producción de vehículos con la introducción y desarrollo de las técnicas de cadena de montaje en el automóvil Ford T de 1908. Estas técnicas se introdujeron rápidamente en otros ámbitos de la industria.
La producción en serie exigía ventas masivas, y los fabricantes estadounidenses de la década de 1920 no tardaron en reconocer el potencial del diseño industrial. Aunque en aquel momento ya se estaba desarrollando un mercado para bienes de consumo, las empresas estadounidenses tenían gamas de productos bastante similares entre sí y vendían a precios constantes al tener una capacidad de producción similar.
Las presiones adicionales surgidas del hundimiento del mercado bursátil en 1929 aumentaron el deseo de las empresas de obtener ventajas en esos mercados tan competitivos. Las empresas empezaron a aprovechar la experiencia de un grupo de personas con conocimientos de primera mano en el fomento de las ventas de un producto determinado.
Entre estas personas figuraban los escaparatistas de los grandes almacenes o los artistas comerciales que dibujaban las ilustraciones de los catálogos de venta por correo. Walter Dorwin Teague, Norman Bel Geddes, Henry Dreyfus y Raymond Loewy comenzaron así sus carreras y establecieron asesorías de diseño industrial de gran éxito en Estados Unidos en las décadas de 1920 y 1930 a partir de la colaboración con grandes grupos empresariales.
En aquel periodo se empleó por primera vez el término “diseño industrial” para describir su trabajo, que se centraba en productos de consumo, como automóviles y otros vehículos, neveras, cocinas y una amplia gama de productos domésticos mecánicos o eléctricos. Las ventajas comerciales no sólo procedían del moderno aspecto estilizado de un producto, sino muchas veces también de mejoras claras en la fabricación o el montaje y de ideas inteligentes sobre el empleo de los aparatos.
Productos de los diseñadores industriales
Los productos de los diseñadores industriales eran con frecuencia más baratos de fabricar y más fáciles de usar que sus predecesores, por lo que se vendían mucho más. Eso hizo que la profesión de diseñador industrial obtuviera un reconocimiento social inmediato. Aquel periodo se asocia muchas veces con el aerodinamismo, que implicaba el uso de los estudios del siglo XIX sobre formas naturales eficientes (como las de aves y peces).
Ese movimiento llevó a la aplicación de formas aerodinámicas a los automóviles, trenes y aviones, pero también al diseño estilizado de objetos de consumo estáticos, como tostadoras o grapadoras, como emblema de la modernidad. Actualmente el diseño industrial recoge otros aspectos como optimización de materiales, criterios técnicos de comportamiento de los objetos, mejora continua de los productos y nuevas prestaciones de los mismos.