Historia de la columna. En el principio es una estaca, un tallo, o un palo, y la palabra griega correspondiente es stylos.
Que se refiere tanto al soporte constructivo como al instrumento de escritura, del cual se deriva, por vía literaria, la idea del estilo como manera artística. Por su parte el término latino columna transita desde la arquitectura hasta la anatomía, por lo de la columna vertebral, o por las variedades constructivas llamadas órdenes, que expresan las singularidades de las edades y los sexos.
Ya se sabe que detrás de las palabras y las cosas acechan los mitos y las imágenes. Así, en este tópico de la columna se nos hace imprescindible que Hércules, que en ocasión de meterse a arrear aquellos bueyes colorados del Rey de Tartessos, aprovecha para refaccionar a su criterio las dos márgenes occidentales del Mediterráneo, a las que otorga terminación con dos columnas, que en un sentido geográfico son Ceuta y Gibraltar, y en un sentido simbólico el límite o non plus ultra de las navegaciones que pueden ser toleradas a los hombres. (Robert Graves, Los mitos griegos; Hans Biedermann, Diccionario de símbolos).
Vienen a cuento entonces las dos heroicas columnas dóricas que Oriol Bohigas empotra en su Parque España de Rosario; porque ante ellas engrana Bucho Baliero («Las columnas de Bohigas», Clarín Arquitectura, 05- 12- 1992) como sigue: «… ante mi perplejidad… se me informó que simbolizaban las Columnas de Hercules… y también la aventura de su cruce por osados navegantes hacia lo ignoto para descubrir nuevos mundos… creo que si éstas fueran las razones arquitectónicas para su existencia se debería entregar a cada visitante un manual explicatorio de la arquitectura… frente a todo esto, pienso que la buena arquitectura actual… se logra con los propios elementos arquitectónicos sin aplicar recursos ajenos ni intrincados significados.»
Si bien se mira, criterio semejante anima al G. W. F. Hegel de la Estetica (1842): «…sólo en la figura adecuada el espíritu se satisface en el espíritu perfecto en sí y se limita en su producción; por el contrario, la obra de arte simbólica permanece más o menos carente de límites.» Con estos argumentos, o sus contrarios, la columna es manipulada en una u otra dirección según las milenarias batallas proyectuales que se libran entre clásicos y anticlásicos. Los primeros se aferran a su autonomía, su simplificación, y su estilización (es decir a destacar sus rasgos más característicos). Los otros le confieren proporciones tectónicamente inquietantes, la returcen o la desgarran en complejos embrollos decorativos, o bien las hacen proliferar logrando, en el caso habanero, singulares expresiones del barroquismo americano (Alejo Carpentier, «La ciudad de las columnas», en Obras Completas, Tomo 13).
También es cierto que «…lenguajes diferentes imponen al mundo estructuras diferentes.» (Thomas S. Kuhn, ¿Qué son las revoluciones científicas? y otros ensayos). No es lo mismo decir pilar que poste, ni estípite que pie derecho; y la columna ya no será más lo mismo desde que Le Corbusier impone su término pilotis. (Mario Sabugo, «Cuide Ud. su vocabulario», en Summa + 24). Asimismo stylos (o la columna) es tributaria del árbol y como tal dispone de principio (la base, la raíz), desarrollo (el fuste, el tronco) y remate (la copa, el capitel); secuencia tripartita y aristotélica que posteriormente suministra el método para resolver las altas torres contemporáneas, cuya demostración más exhibicionista la remite Loos al concurso del Chicago Tribune.
Loos, Proyecto para el Chicago Tribune. En los paisajes urbanos bonaerenses se dan columnas buenas, y a veces excelentes. En plan simbolista, la columna iraní de capitel toruno enfrente del KDT de Palermo. Melancólicas son las columnillas bizantinas que a modo de ruina bordean el lago del Zoológico; ominosos los oscuros y metálicos apoyos que, atravesados en el hall del Teatro San Martín, aguantan la Sala Martín Coronado. Clorindo pinta en un rojo dicen que pompeyano las del vestíbulo del Centro Cultural Recoleta; Botta inventa un monumental pilar a rayas para recrear la estructura del BNL, y el Conde Morra pone cuatro dramáticos ejemplares graníticos en la escuela Roca.
Enfrente, otra columna sostiene la efigie de Juan Galo Lavalle, tal vez el único prócer militar sin caballo, dado que la ordenanza de 1874 prescribía un monumento ecuestre, pero luego Juan Manuel Blanes optó por la columna dórica (Ma. del C. Magaz, Ma. B. Arévalo, Historia de los monumentos y esculturas de Bs. As.). Sucede que la columna (o stylos) es un sucedáneo del cerro o la montaña como pedestal de los personajes ultraterrenos, o al menos sobrehumanos. Cuando la Virgen se le aparece al apóstol Santiago, lo hace apostada sobre un pilar, y por ello queda apodada la Pilarica. Análogamente buscan connotaciones celestiales los romanos colocando allí arriba a sus emperadores. Y siguen en esa cuerda los imperios marítimos elevando a sus almirantes, los partidos a sus líderes, y las repúblicas a sus próceres.
Por el contrario los estilitas, es decir los santos de stylos, se trepan a ella por su cuenta y riesgo. Así lo cumple San Simeón, ermitaño incansable del siglo V. Primero se exila de su propia aldea en Siria septentrional para acudir a un monasterio. No conforme, pasa a un espeso bosque, luego se instala sobre una abrupta peña y más tarde se ata a una roca, desmesura que le vale una amonestación del obispo de Antioquía. Por fin decide que nada lo aislará mejor que la altura y construye su propia columna, sobre la cual se aloja por el resto de su vida. El historiador Cyril Mango (Arquitectura Bizantina) otorga al poste una decepcionante altura de 1.75 m. Menos verosímiles pero más atractivos, los santorales (Esther Pizzariello de Leoz, Amigos de Dios y de los hombres.
El santoral del día; Albert Sellner, Calendario perpetuo de los santos) afirman otras cotas, e incluso que Simeón va con los años alargando la columna, desde una altura inicial de 12 varas, que luego lleva a 22 y finalmente a 36 (unos 25 metros), sin siquiera bajarse y aún, para mayor incomodidad, empequeñeciendo la plataforma. Así las gasta un buen Estilita en su torre- claustro columnaria. No obstante, desprevenidos alumnos de Arquitectura, cursando su Historia Antigua y Medieval, se confunden con el raro término de modo que de a ratos profieren San Simeón el Elitista, cayendo en anacronismo, y otras veces San Simeón el Estilista, que por lo antedicho sobre stylos y estilo, no pasa de simple tautología. (Colaborado por: Pedro E. Montesco)