Frank Gehry es considerado un arquitecto artista, un constructor de formas, de artificios estéticos.
Mientras el área bilbaína de Abandoibarra va alcanzando su forma definitiva tras largos años de obras, una no menos larga lista de grandes nombres de la arquitectura ha ido dejando sus edificios en ese lugar, pero sin lugar a dudas es el museo de Frank Gehry el que parece aún generar ese lugar.
El 18 de octubre de 1997 se inauguró el museo Guggenheim de Bilbao, catorce años después mantiene inalterado su espíritu comprometido con el lugar.
A Frank Gehry le gusta contar que su arquitectura tiene su origen en el lugar, en un lugar entendido de forma amplia, un lugar que comprende desde la situación anímica del país en el que se sitúan sus edificios hasta los vecinos que lo rodean, pasando por el paisaje, la cultura y las arquitecturas cercanas.
Sin lugar a dudas el arquitecto canadiense se encuentra entre los más influyentes, más conocidos y más mediáticos del mundo y en gran medida se debe a su museo, que de alguna manera a eclipsado el resto de su obra.
Gehry recibió el premio Pritzker, considerado el Nobel de la arquitectura, en 1989 por lo que no hay dudas de que su obra era ya muy importante antes de la llegada del Guggenheim Bilbao.
Hoy Gehry es considerado un arquitecto artista, un constructor de formas, de artificios estéticos. Y su obra parece estar dominada por la repetición continuada de un lenguaje de gestos ya aprendidos, de pieles de metal retorcidas que sirven igual para revestir un museo o una bodega y que se exportan de un proyecto a otro casi sin ningún criterio.
Esta visión es totalmente errónea, y curiosamente es también un producto del edificio que le consagró como uno de los mejores arquitectos del siglo XX. De este modo el increíble poder mediático del Museo Guggenheim ha sido un arma de doble filo, por un lado capaz de lanzar al estrellato una trayectoria como por otro capaz de aplastar bajo su imponencia todo el trabajo anteriormente desarrollado, hasta brindar una imagen irreal de su propio autor.
Frank Gehry es un arquitecto tremendamente culto que al ser preguntado sobre sus intereses arquitectónicos recurre al maestro del renacimiento italiano Francesco Borromini. Y es que más allá de un escultor de la forma Gehry es un arquitecto obsesionado por poseer el lugar, transformarlo y definir un nuevo escenario en el que representar una nueva realidad.
Una condición que habla de la arquitectura como soporte y no como objeto artístico al servicio de la contemplación. Es por esta condición por la que si despojamos a la arquitectura de Gehry de sus voluptuosas formas y observamos sus fundamentos, encontraremos esquemas clásicos, renacentistas o barrocos, argumentos sobre el lugar, el paisaje o la escala urbanas, en definitiva motivaciones propias de la disciplina arquitectónica alejadas de esa aparente irracionalidad que algunos pretenden achacar a su obra.
En las obras de su estudio, afincado en Los Angeles, la forma de desarrollar el acceso, el esquema de funcionamiento de la planta , las circulaciones, las relaciones con el espacio público o con la llegada de los visitantes son temas fundamentales que tal vez el desarrollo volumétrico del proyecto coloque en un segundo plano, pero son puntos de partida que ayudan a racionalizar la arquitectura.
Es por esto, por lo que su obra no cuenta con una determinada caducidad, sino que más bien permanece inalterable a lo largo del tiempo ya que se asienta sobre principios invariables revestidos, eso si, de un lenguaje concreto y característico que evoluciona lentamente de obra en obra.
Son precisamente estas razones las que han mantenido vivo el museo Guggenheim de Bilbao en lo que a arquitectura se refiere. A pesar del cambio urbano experimentado por el área de Abandoibarra en los últimos años, con la llegada de magníficos edificios realizados además por grandes arquitectos, como es el caso del edificio del rectorado de la EHU del portugués Alvaro Siza, la biblioteca de la Universidad de Deusto de Rafael Moneo o la torre Iberdrola, el Museo Guggenheim permanece fiel a los valores que lo consagraron como un referente urbano.
La adaptación del edificio a su entorno, resolviendo perfectamente el desnivel entre la calle y el paseo de la ría, integrando perfectamente el puente de la Salve pero manteniendo una escala adecuada tanto en la cara más urbana en relación a los bloques de viviendas como en la fachada más expuesta respondiendo a la escala paisajística del Nervión.
El museo Guggenheim nos muestra al mejor Frank Gehry, a la vez innovador , con ganas de experimentar y aportar nuevas lecturas; mientras se mantienen reflexivo y disciplinar construyendo un lugar, escultórico en su lenguaje pero arquitectónico en su contexto. Una arquitectura proyectada en el siempre difícil equilibrio entre la experimentación y el conocimiento de la disciplina.