La antigua educación romana, en el siglo III antes de Cristo, se basaba en la tradición cultural dominada por una aristocracia guerrera y terrateniente que se encargaba esencialmente de la explotación de sus tierras. La vida constaba en el interés por las necesidades humanas, agrícolas y ganaderas.
En este ambiente rural, la educación romana era una educación de campesinos cuya semejanza podemos todavía observar hoy en algunas sociedades rurales. El niño imitaba desde pequeño lo que veía, incluso en los juegos, a sus mayores.
Esta educación en la vida y para la vida el niño la aprendía desde sus primeros años y hasta que cumplía los siete era educado en el ambiente familiar bajo los cuidados de la madre, también ésta se encargaba de la educación de las niñas a las que instruía en los quehaceres domésticos. A partir de esta edad, la educación del niño pasaba a ser responsabilidad paterna.
Cumplidos los dieciséis años aprendía con él a leer, escribir, contar, religión y el libro de la Ley de las XII tablas, código civil por excelencia, que era el que regulaba la vida de los romanos. También lo acompañaba en sus negocios y a los actos públicos y privados. A los dieciséis años tenía que dedicarse, durante un año, al aprendizaje de la vida pública. Después tenía que cumplir el servicio militar.
En la Roma antigua se pretendía formar ciudadanos virtuosos, más morales que intelectuales, respetuosos con las leyes y útiles para la vida pública. El lugar elegido, para sus actividades de enseñanzas, eran las calles y plazas más concurridas soportando los molestos ruidos ambientales. Estudiaban al aire libre y todo lo que se necesitaban era un asiento, o banco, unos pocos niños y un libro. Gracias a Felix Ureña por colaborarnos este artículo para ser publicado en ARQHYS.com.
