Con frecuencia, el médico general es el primero y no pocas veces el único que toma contacto con enfermos cuyos problemas tienen implicaciones psicológicas importantes. Por ello, es necesario que esté capacitado para manejar conceptualmente los aspectos psicológicos con la misma destreza con que maneja los aspectos morfológicos y funcionales. El contacto diario con los enfermos, vivido en su dimensión psicológica, hace más profundas y comprensivas las acciones médicas. Esta dimensión contribuye también a fortalecer el sentido de dignidad del médico, porque le devuelve aquello que tradicionalmente tuvo: el acceso a la intimidad de los enfermos. Es claro que la capacidad y experiencia psicológicas que el médico general necesita no son las mismas del especialista en enfermedades mentales ni las del psicólogo experimental, sino las que tienen relevancia inmediata para comprender y manejar en la clínica los problemas inherentes a la salud, la enfermedad y las acciones médicas.
Es de pensarse que en todos los tiempos los buenos clínicos han tenido advertencia de que es importante tomar en cuenta los estados psicológicos de sus pacientes. En efecto, los médicos experimentados intentan dar sentido a la experiencia subjetiva de sus enfermos y tomar en cuenta las circunstancias de su vida. Cuando el médico no contaba aún con recursos fundados en la psicología, usaba su sentido común, que rara vez iba más allá del empeño en ganarse la confianza de los enfermos, consolarlos y aconsejarles descanso, tal vez un cambio de ambiente, y evitar preocupaciones y disgustos.
Además, sus intervenciones eran frecuentemente matizadas por sus prejuicios. Hoy en día, la psicología aplicada provee a la práctica médica bases psicológicas que pueden estimarse como un complemento necesario de sus bases fisiológicas. Se estima que los enfermos en quienes los aspectos psicológicos, por sí mismos o en combinación con otros factores somáticos, son importantes suman de 30 a 40% de quienes acuden a la consulta externa y de 20 a 30% de los enfermos internados en hospitales generales. El médico debe estar preparado para contender con estos problemas; es decir, identificarlos, estudiarlos, evaluar su importancia y manejarlos, y referir aquellos casos que rebasen sus habilidades y experiencia a quienes tengan la capacidad de brindarles la ayuda que necesitan si tal cosa es posible.
Lo que un médico general puede hacer en favor de ese conglomerado de enfermos que requieren ayuda psicológica depende de su adiestramiento, su experiencia y su interés. Hasta ahora, sus errores son más bien errores de omisión. Muchos médicos no tienen advertencia clara del papel que las experiencias subjetivas juegan en los estados de salud y enfermedad; no abordan los aspectos personales, familiares y sociales involucrados, y subestiman su propia personalidad como instrumento de influencia terapéutica.
Como consecuencia, no proporcionan a sus enfermos el trato y el tratamiento que necesitan. La subestimación de los aspectos psicológicos tiene consecuencias adversas en la práctica de la medicina. Una de esas consecuencias es que el médico no identifique trastornos tan frecuentes y significativos como la depresión y la angustia, que son causa de grandes sufrimientos. Otra consecuencia es el abuso de los exámenes de laboratorio y gabinete y el exceso de consultas con otros médicos en busca de alguna forma sui generis de «patología orgánica» que explique las quejas del enfermo o el énfasis exagerado en cambios orgánicos irrelevantes o concomitantes, a los cuales atribuye un papel causal que no les corresponde.
A los errores en el diagnóstico se siguen otros en el manejo de los enfermos. El hecho de que el médico general sepa identificar y manejar problemas psicológicos tiene ventajas. Una de ellas es que pueda apreciar y tomar realmente en cuenta el papel que los eventos adversos de la vida juegan en la iniciación, curso y desenlace de muchos trastornos; otra, que tenga la habilidad para asegurar la participación activa y perseverante de los enfermos en su curación. Es importante tomar en cuenta que no hay ni habrá suficientes especialistas para atender a todos los enfermos con problemas psicopatológicos. En nuestro país y también en otros países, la alternativa para muchos de ellos es, o bien recibir ayuda del médico no especialista, o no recibirla del todo.
Que el médico dé a la medicina que practica una dimensión psicológica y social es la única respuesta satisfactoria a las tendencias deshumanizantes que hoy en día se dejan sentir en el ejercicio de la medicina tanto institucional como privada. Frente a una medicina centrada en la enfermedad y abrumada por la técnica, se propone una medicina centrada en la persona. Es claro que esta última requiere que el médico dedique el tiempo necesario a cada uno de sus enfermos.
Desafortunadamente muchos médicos usan el tiempo de que disponen, siempre insuficiente, para buscar soluciones apresuradas y se cierran a sí mismos en el camino para abordar los aspectos humanos. El resultado es que su trabajo institucional se ve reducido a un ejercicio nosológico elemental que es tan insatisfactorio para los enfermos como para los propios médicos. Gracias a Juan Matías Nolasco por colaborarnos esta información…
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