En Física, cuando se emplea la palabra color, se hace únicamente de forma vaga o someramente descriptiva, pues físicamente lo que distingue una sensación de color de otra es la longitud de onda de la radiación luminosa que impresiona nuestro sentido de la vista, y si, como generalmente sucede, la radiación es compuesta, el ojo no puede analizar las distintas radiaciones o longitudes de onda que recibe y aprecia tan sólo el tinte o «color» resultante.
La distinción entre luz y visión fue concebida en épocas relativamente tardías.
Los antiguos griegos, por ejemplo, no hacían distinción entre luz y visión. No obstante, esto no impidió que pudieran desarrollar teorías ópticas sofisticadas. Pitágoras y Demócrito postulaban que la visión consistía de imágenes que viajaban de los objetos hacia el ojo.
Por otro lado, Euclides y Herón decían que la luz consistía de “rayos visuales” que emergían de los ojos y viajaban hacia los objetos vistos.
Fue alrededor del año 1000 de la era cristiana que el polímata árabe Alhazen hiciera una distinción clara entre la visión y la luz, proponiendo a la luz como un ente físico y al ojo como un detector de dicho ente.
Esta distinción permitió que los escolásticos de la edad media y posteriormente pensadores del siglo XVII, como Kepler, Snell o Descartes, desarrollaran lo que hoy conocemos como óptica geométrica que, por cierto, ha cambiado poco desde entonces hasta nuestros días.
Pero si bien el siglo XVII significó un gran avance en el entendimiento de las propiedades geométricas de la luz, el por qué ésta se ve de diferentes colores seguía siendo un misterio. Se atribuía el origen del color a alguna forma de modificación que sufría la luz al interactuar con diferentes objetos.