Arquitectos del lujo.
A simple vista, Peter Marino podría pasar por muchos tipos. Con sus pantalones, chalecos y gorras de cuero rematados de tachuelas podrían confundirle con un loco de la motos, que lo es; sobre todo, de las Harley-Davidson. También con Al Pacino, cuando se metió en la piel del policía ‘Serpico’, un miembro de Village People o un ‘oso’ recién salido de un club gay. Pero no. El tipo que aparece junto al enjuto Karl Lagerfeld, gurú de Chanel, es sorprendentemente el arquitecto más fashion del planeta.
En su mundo le conocen como ‘starquitect’. Sobran las palabras. Dior, Louis Vuitton, Chanel, Fendi, Zegna, Calvin Klein, Valentino, Armani, Donna Karan, la española Loewe… Todos le han entregado las llaves de sus negocios para que construya unas boutiques de ensueño, lo que le ha convertido en uno de los hombres más influyentes de la moda desde que decoró la casa de Andy Warhol. Vamos, que las firmas de lujo se rifan a este individuo, que casi siempre viste igual porque, paradójicamente, odia ir de tiendas. Sólo se salta la norma cuando tiene que comprar un regalo a su mujer o a su hija, Isabelle.
Los 15 minutos de fama que habitualmente solía conceder el inventor del ‘pop art’ se eternizaron en su caso. Marino desoyó a Warhol cuando le aconsejó que no se gastase el cheque y que lo guardara como inversión de futuro. «Me dijo que en un par de años su firma valdría más que el dinero que contenía». Sin embargo, por aquella época, Peter era un estudiante «pobretón» que necesitaba «dólares» para pagar el alquiler de su apartamento de Manhattan. Hoy se permite toda clase de caprichos. No perdona la expedción anual en barco con su hija por la Antártida, Galápagos o Alaska y tiene cocinero en casa porque encuentra «algo primitivo» salir a cenar.
«Comer en restaurantes- subraya- está pasado de moda». A la casa del icono del modernismo le sucedieron los mejores contratos y las grandes mansiones: la de Yves Saint Laurent, las de las familias Agnelli, Aga Khan… De las casas particulares saltó a las casas más opulentas de la moda. El aire sexy de Loewe Amante de la fotografía, la porcelana francesa del siglo XIX, los dorados y los motivos en leopardo, Peter Marino es el nuevo apóstol de la estética más exclusiva. Habilita templos del lujo levantando cúpulas como catedrales. Es lo que hizo con la espectacular transformación de la sede principal de Dior en la selecta Avenue Montaigne de París. Con calaveras colgando del cuello rebaja su condición artística, pese a la grandiosidad de sus proyectos. Cuenta Marino que sus tiendas de ropa no se asemejan en nada «a galerías de arte ni a fábricas de sueños», aunque cree que las grandes tiendas de lujo son los museos contemporáneos, donde «arquitectos muy serios exponen sus obras». Sus aspiraciones son más prácticas. Trabaja para que la gente entre en las tiendas que diseña «y compre».
Para eso le pagan. Y muy bien por cierto. Loewe le abonó 700.000 euros para modernizar su buque insignia de Valencia. Él ni confirma ni desmiente, pero compara su arquitectura con «el espejo perfecto» para mostrar los «excelentes acabados de la mercancía que se vende en su interior». De todas formas, pese a coquetear con todos los grandes, no se casa con nadie. Si algo ha demostrado Marino es una extraordinaria versatilidad para mantener «el ADN» de cada marca combinando la estética futurista con los elementos clásicos. «Cada firma posee un alma y una personalidad diferente que debe percibirse nada más traspasar el dintel de la puerta». Obsesionado con evitar «atmósferas» que pasen de moda -«caer en la trampa de lo ‘trendy’ sería la muerte»- persigue la intemporalidad y lucha para que sus diseños rehúyan cualquier estética relacionada con «el lujo barato».
Lo consigue revistiendo las paredes de delicadas sedas y los suelos de oro oxidado y, sobre todo, jugando con la luz natural. Casi siempre mezcla materiales nobles, como la piedra, madera, lana y seda, con otros productos desarrollados con alta tecnología, como fibra de carbono, resina y kinon. Así es como insufló un aire «sexy» a Loewe, a la que modernizó para quitarle la «capa de polvo» que le había caído encima. Dueño de una importante colección pictórica con obras de Willem de Kooning, Kandinsky, Jackson Pollock… (cambia los cuadros todos los meses de sitio en su casa), admite que su gran reto fue la remodelación de la tienda de Vuitton de los Campos Elíseos, que compara con la expectación que despierta un director de cine con su segunda película tras arrasar en su estreno. Sin embargo, Marino ha conseguido lo más difícil: mantener una expectación desmedida con cada proyecto que cae en su manos. Por algo es el ‘starquitect’, aunque él reste trascendencia. «Trabajo demasiado duro para ser una estrella», zanja.