A la hora de un balance de las propuestas generales de la MODERNIDAD, muchos son los ideales incumplidos: su pretensión de “llegar” a todos los hombres sin distinción de credo, raza o condición social; la no existencia de guerras, la instauración progresiva de la razón y de la libertad, así como la emancipación de la pobreza mediante el desarrollo técnico e industrial de toda la humanidad… Valores universales a los que se adscribieron fanáticamente en la figura de un “Hombre Nuevo” aquellos arquitectos señeros del racionalismo funcionalista.
Las dos guerras mundiales, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; las fobias racistas y las desigualdades sociales por doquier, junto al fracaso de políticas socioeconómicas erráticas, fueron algunos de los test que hicieron tambalear aquel proyecto en la sociedad occidental, y que a su vez autorizaron la fragmentación cultural hacia distintos rumbos y con muy diferentes expresiones, algunas opuestas entre sí, como la carrera espacial y la guerra de Vietnam; y otras rebeldes al orden anterior, como el “muro” de Berlín y la contracultura Hippy.
En política, se crearon diversos mecanismos internacionales para salvaguarda de la paz y el desarrollo mundiales después de las dos grandes guerras: ONU, OMS, UNESCO, OIT, UNICEF. Generóse también una competitiva difusión de la ideología comunista en todos los continentes, particularmente en regiones subdesarrolladas (Norte vs. Sur; Occidente vs. Oriente; la Revolución Cultural China; el Tercermundismo, etc.) y con ello el brote de novedosas formas de belicismo: guerras locales (como la Guerra de los 6 días), y la guerra de “guerrillas” (con variados signos: teológico, nacionalista y libertario en Latinoamérica, Asia y África); y como parte de una tensa “Guerra Fría” entre las dos Potencias Mundiales dominantes de Postguerra (misiles nucleares rusos en Cuba, por ejemplo).
El brote de nacionalismos de diversos signos políticos surgió en numerosos países de bajo desarrollo, acompañando a éstos una profusa producción literaria e intelectual, en búsqueda de conciencias e identidades dormidas o postergadas. Dentro de estos movimientos buscadores de esencias nacionales y expresiones regionales, la Arquitectura comenzó a mirar en los folclorismos, nuevas y jugosas vetas de aleccionadora inspiración. Particularizando esta síntesis, en nuestro país hizo su aparición el “casablanquismo” en Arquitectura, cuyas expresiones -a diferencia del refulgente Neocolonial de principio de siglo- se apoyaron en la investigación de las formas y expresiones sencillas de la Arquitectura popular y vernácula, al tiempo que los trazados se recrearon en los códigos abstractos del arte contemporáneo.
En México descolló Luis Barragán, sin dudas el más brillante alquimista del racionalismo vernacular americano, siendo dos de sus más destacadas creaciones la capilla de las monjas capuchinas sacramentarias de Tlalpan, en los años 50, y las caballerizas de la familia Egestrom de 1968. La caída de los ideales modernos comenzó a reflejarse en producciones arquitectónicas concretas a partir del 50 y hasta el 70, que fueron presentándose bajo expresiones muy diversas, inexorables en la desobediencia hacia las topologías prismáticas del Funcionalismo, ya instalado mundialmente como sinónimo de unidad formal, poder oficial y distinción (a pesar de no concitar la comprensión popular, sino su asombro) y bautizado ahora como “International Style”.
Algunas de sus máximas manifestaciones de ese momento pueden reconocerse en obras oficiales como el Secretariado de las Naciones Unidas en Nueva York, de Wallace Harrison y Max Abramovitz 947/5; la Lever House de Nueva York de Skidmore, Owings y Merril 950/5; la reconstrucción de Rotterdam por Bakema y van der Broek 948/5; el conjunto Seagram Building de van der Rohe 954/5 y la ciudad de Brasilia con su edilicia oficial, creados por Lucio Costa y Oscar Niemeyer 96. De este tricenal de los albores de las tendencias consumistas masivas, así como de un florecimiento tecnológico de los países desarrollados, rescatamos a la década de los 60 como la más prolífica y dinámica en inventivas, en la que fenómenos de diverso signo -y simultánea convivencia- revolucionaron todo el paisaje cultural occidental: los diseños de indumentaria de Mary Quant y Pier Cardin, así como la “beatlemanía”.
La influencia de las drogas psicodélicas en la creación artística, el “flower power” juvenil y un multiculturalismo intelectual naciente caracterizado por la aceptación (de sus fundamentaciones) de las minorías étnicas, raciales, religiosas, sexuales y ecologistas. Las primeras experiencias artísticas llamadas “efímeras”, asi como el arte POP y el arte OP gravitaron luego fuertemente en la Arquitectura dando lugar a la aparición de una tendencia arquitectónica espejante de estas estéticas -especialmente en el norte de América- desde los 60 y hacia finales del siglo, y que veremos oportunamente.
Entre otros fenómenos, el llamado “expresionismo arquitectónico” promovió una exacerbación de lo formal por sobre lo funcional, desatendiendo aquel apotegma de “la Forma sigue a la Función”, derivando en formalismos impactantes: así germinaron Notre Dame du Haut de Le Corbusier 95; la sede de la Filarmónica de Berlín de Hans Scharoum 95; la Piscina Olímpica de Tokio de Kenzo Tange 96; el “Banco de Londres” de Clorindo Testa 96. Otras experiencias pueden vincularse a “ideas rectoras” inspiradas en metáforas extra arquitectónicas o gestos fuertemente escultóricos y por tanto descontextualizados de sus entornos inmediatos, pudiendo asociarse a esto la Biblioteca Nacional en Buenos Aires, de Bullrich y Testa 96; y otras veces poco justificatorias del uso como fue la Escuela de Arte y Arquitectura de Yale, de Paul Rudolph 96.
También la conjura del Racionalismo arquitectónico contra la Historia derivó, como contrapeso, en una búsqueda de inspiraciones en la Naturaleza y en diversas metáforas, verificándose esto en obras como el Aeropuerto de la TWA de Eero Saarinen 96; el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires de Jan y Lauger 964/6; el palacio deportivo en Takamatsu de Tange 962/7 o la Ópera de Sidney de John Hudson 966/7; y en recursos “veladamente historicistas”, sutilmente perceptibles en la forma, el trazado o la materia, que así fueron torciendo el andamiaje abstracto y euclídeo del Funcionalismo: así la torre Velasca en Milán de Rogers y Peressutti 95; la tensionante Iglesia de San Juan Bautista en Florencia de Micheluzzi 96; la Facultad de Historia de Cambridge, de Stirling 96 y la Asamblea Nacional de Dacca de Louis Khan 962/8 entre otras. “La gran protagonista de la postguerra es sin lugar a dudas, la producción industrial. Después del conflicto, la industria se encontró en condiciones de asumir el espectacular desarrollo tecnológico que la aplicación de los materiales, las técnicas y los métodos de la empresa bélica proporcionaron.
Planificación, mecanización y “diseño industrial” pueden aplicarse al desarrollo de los productos que las necesidades de reconstrucción y expansión solicitan.” El Funcionalismo -que aportó excelentes diseñadores a la corriente del “styling”- buscó reflejarse, y refugiarse, en estos espejos, imaginando una Arquitectura de similares procedimientos que los del diseño de objetos y artefactos: seriada, modular, intercambiable, industrializada, masiva. Algunas realizaciones, asociadas a los formalismos antes expuestos pero profunda y sensatamente tecnológicas, (herederas de los legados de la antigua Revolución Industrial) experimentaron sobre la utilización de estructuras nervadas y cubiertas de grandes luces, aptas para todos los usos: “plurifuncionales”, como las “láminas” de Félix Candela en México y de Eladio Dieste en Uruguay; las “nervaduras” de hormigón de Luigi Nervi en Italia; las “redes reticulares” de Richard Fuller en EE.UU. y los tensados de Otto Frei para cubrir los Estadios Olímpicos de Munich 965/7.
Otras producciones se presentan altamente sistematizadas desde la proyectación hasta su ejecución, mediante una trama modular de crecimiento y segmentación de partes, que se constituyen a su vez en la “expresión final” de la obra -como los Laboratorios Richards de la Universidad de Pennsylvania, de Louis Kahn 96- o bajo el signo de la “prefabricación”, con su consecuente expresión de segmentos repetitivos y ensamblables -el caso de la Escuela Olivetti de Adiestramiento en Inglaterra de Stirling y Nicholson 97- que provocaron un gran impacto productivo en su momento. Este tipo de experimentaciones permitieron atender las demandas oficiales de vivienda de interés social, así como numerosos proyectos y planificaciones encargados por las políticas centralistas, características de la postguerra tanto en el lado “occidental” como en el “oriental” de las dos ideológicas dominantes.
Un ejemplo local, importado de Francia -del tipo prefabricación mixta, es decir parte realizada in situ y parte premoldeada- es el conjunto habitacional Lugano I-II de 9.700 viviendas en monobloques del Barrio Almirante Brown en la periferia de la Ciudad de Buenos Aires (y cuya habitabilidad sigue siendo hoy discutible sociológicamente) emprendido por la Comisión Municipal de la Vivienda capitalina en 1969/72. Actualmente, podemos observar el desarrollo continuado de numerosos sistemas consolidados de prefabricación masiva en todo el mundo, pero preferentemente de aplicación industrial.
Bajo el influjo de los primeros ordenadores personales y calculadores electrónicos, así como los vuelos a turbina y automatizados, y la ingeniería nuclear y espacial, surgieron dentro de la Arquitectura numerosos proyectos teóricos que, en el nombre de una felicidad cibernética y confortabilidad a nivel masivo; se imaginaron gigantescos conjuntos habitables -difícilmente perceptibles como arquitectónicos- de gran similitud formal con organismos, mecanismos electrónicos o series industrializadas para albergar millones de seres felices en “cápsulas” idénticas, descartables y reemplazables…
Estos conjuntos urbanos, imaginados a una escala ciclópea -con la recurrente ilusión funcionalista de ciudades a nuevo- fueron propuestos en tierra o en el agua de bahías y deltas, así como se propusieron consorcios “ambulantes” para el gozo colectivo de diferentes paisajes. Nada quedó sin diseñar: desde los conjuntos de habitáculos-viviendas con servicios “enchufables” a una estructura continente, hasta el equipamiento obsesivamente modular y ergonómico de éstos, con muebles moldeados o “inyectados”, inflables, plegables, retráctiles, robotizados, despiezables, integrados entre sí y con formas inefables respecto de todo lo conocido. Esta suerte desatada de euforia tecnicista elucubró soluciones como “la ciudad espacial” de Yona Friedman en 1959, “la ciudad océano” en 1962 del grupo “Metabolista” liderado por Kiyonory Kikutake, el edificio de estructuras tridimensionales de Kahn en 1964; la propuesta para ampliar la ciudad de Tokio en su bahía, de Kenzo Tange en 1961.
Pero las propuestas más increíbles pertenecieron al grupo inglés “Archigram”, con sus delirios “walking city” de Ron Herron y “plug-in city” de Peter Cook en 1964; y en 1966 el “cubículo móvil” y la “drive-in housing” de Michael Webb. Estos intentos, provenientes casi todos de ámbitos culturales avanzados, lejos de generar una propuesta dialógica con sus potenciales usuarios, consiguió acrecentar su lejanía, cuando no un rechazo que llevaría décadas revertir; al tiempo que volvió más estimulantes, en el común de la gente, las contra propuestas apoyadas en ideologías vernaculares que cité inicialmente.
Quedó sin embargo, como saldo piadoso de estas hipertrofias creativas, lo investigado alrededor de múltiples y positivos sistemas de instalaciones modulares de servicios, técnicas de montaje en obra, de segmentos o partes autosuficientes de una construcción tales como sanitarios, offices, elevadores, equipamientos térmicos y medicinales; particularmente resueltos por la industria plástica (nylon, polipropileno, melaminas, fibra de vidrio) o en aluminio, acero inoxidable, vidrio; hormigón (vibrado, premoldeado, pretensado, alveolar); multilaminados de madera, etc. Estas técnicas y materiales tuvieron gran acogida en el campo del ya citado styling o Diseño Industrial; así como algunas de aquellas intenciones tectónicas se lograron trasladar a obras de Arquitectura, resultando tan caras y paradigmáticas como el conjunto experimental “Hábitat’67” en Montreal del arquitecto israelita Moshe Safdie; o el Centro Cultural Pompidou en París, obra de Renzo Piano 970/7. “En los años 60, una vez comprobado el fracaso de la colaboración entre los arquitectos y la sociedad civil, y en vista de la divergencia cualitativa, de escala, de tiempo entre un proyecto y su realización, con todas sus implicaciones y sobre todo con el ansia de recuperar para la lenta e indiferente realidad nacional, las aportaciones e investigaciones realizadas en otros campos, la cultura arquitectónica corrige una vez más su punto de mira, se propone otros objetivos…
La discusión más reciente sobre Arquitectura que ha descubierto la fenomenologia, llega a conocer la estética fenomenológica… se aproxima al estructuralismo…; se ha informado sobre las investigaciones sobre el lenguaje…; ha seguido el ejemplo de algunos sectores de la vanguardia figurativa… En consecuencia, el “compromiso con los contenidos” de los años 50, se convierte en el decenio siguiente en “compromiso con la forma,” Renato de Fusco explica así los aportes a la causa de la renovación arquitectónica de teóricos como Lévi-Straus o Roland Barthes; y propone el modelo semiológico que posibilite una relación participativa entre grupos de decisión en Arquitectura y aquel “reservorio” de ideas, intenciones, deseos, movimientos del gusto, y valores simbólicos reunidos en la sociedad de masas denominado “imaginario colectivo”.
Simultáneamente, quizás por causa de lo antedicho, o como continuación de las búsquedas tipológicas y normativas que desarrollara el Funcionalismo, surge en este período una muy fuerte investigación de los arquitectos hacia la objetivación -investigación mediante- de una metodología del diseño incorporando “al quehacer arquitectónico técnicas que nacieron y florecieron en otros campos: en este caso, en la ciencia de las tomas de decisión y en las técnicas para el desarrollo de la creatividad, aplicadas primero a la esfera de lo militar, lo industrial y lo comercial,” controlando los datos de un programa según redes de jerarquía, que así evitarían “el salto al vacío” que significa la “determinación de la forma”.
Esta experiencia, pretendidamente cientificista que ocupó a buena parte de los círculos académicos de los años 70, murió de abatimiento. Y tuvo severos detractores que salieron en defensa del “chispazo” o “salto creativo” no necesariamente ligado a una secuencia de estímulos determinantes prolijamente concatenados: “…este salto al vacío no es sólo una necesidad metodológica. Es además la misma esencia del proceso creador. Ese ‘vacío’ a menudo no es tan vacío.
Es un buen diseño… es precisamente la posibilidad de incidir imaginativamente en unas propuestas culturales y ecológicas, lo que le convierte en un acto de creación.” Oriol Bohigas reivindica la creatividad con una carga de subjetividad no prescindente de análisis previo, pero reforzando la hipótesis de que la función y la forma son también creaciones a las que se arriba por una preformación de topologías, y una acumulación de experiencias e intuiciones básicamente formales, y no sólo como consecuencia de una radiografía de la realidad inmediata. “No hay que considerar a la Arquitectura como el espejo de los ideales de la sociedad, ni como la mítica fuerza capaz por sí sola de regenerar a la sociedad, sino como uno de los servicios necesarios para la vida social, que depende del equilibrio.
No es preciso esperar que la sociedad sea perfecta para actuar, ya que su perfeccionamiento depende, en parte, de la contribución de los arquitectos, y no hay que pretender, al contrario, remediar todos los males y resolver todos los problemas con las solas virtudes de la Arquitectura, porque los arquitectos no obran en la sociedad desde el exterior, y su forma de actuar depende, en parte, de los caracteres y tendencias de la misma sociedad.”
Simple y sensatamente Eduardo Benévolo advertía en la década del 60 que los principios del Racionalismo Funcionalista ya no eran comunicantes. En el rescate de lo experiencial, lo tipológico y -según De Fusco- la intención por convertir a la Arquitectura (entendida como objeto de consumo) en un medio lingüístico de interlocución no verbal, sígnico y durable o “mass media”, abrimos las puertas a lo sucedido en la Arquitectura en las 3 décadas finales del siglo XX. Gracias a Ana María Gruñón por colaborarnos este artículo para ser publicado en ARQHYS.com.