Edificios romanos
Además de los ya citados, hay que destacar por su magnificencia los dedicados a espectáculos públicos: teatros, anfiteatros, circos e hipódromos.
El teatro romano tiene la misma estructura que el griego, sólo que la orquesta ya no es lugar de representación, sino que la ocupa el público.
El espectáculo se desarrolla en la escena, que suele ser monumental y estar elevada al mismo nivel que las gradas superiores.
El teatro ya no está abierto a la naturaleza, sino cerrado y construido en su totalidad, puesto que no siempre se aprovechan los desniveles del terreno.
El anfiteatro es una creación romana. En él se realizan luchas de gladiadores, espectáculos navales, etc. Su estructura es la de un teatro doble: su forma elíptica y la de la arena circular. Las graderías elevadas de teatros y anfiteatros obligan al abovedamiento de las partes sustentantes y a un gran ingenio en el cálculo de estructuras.
El más espectacular de todos los anfiteatros romanos es el Coliseo de Roma. Las termas o baños públicos, como las de Diocleciano en Roma, son centros de la vida social de los romanos; por esta razón, además de contener los espacios dedicados a los baños (caldarium, tepidarium, frigidarium y apoditherium), se complementan con bibliotecas, salas de juego, de reposo, etc.
La vivienda romana reviste un gran interés, puesto que se construye siguiendo una estructura que es herencia del pasado y modelo para el futuro.
La casa unifamiliar romana (también existen viviendas de pisos, en cuya planta baja se sitúan los locales comerciales o tabernae), llamada domus, se distribuye en torno a un patio descubierto o atrio, con un estanque en el centro y rodeado de habitaciones.
Las familias más ricas disponían de villas campestres (Villa Adriana en Tívoli, por ejemplo) con jardines, estanques, profusión de estatuas, etc.
Las fachadas no presentaban ostentación salvo algunos marcos con pilastras y entablamento en las portadas. Una serie de tiendas daba a la calle. Atravesando la puerta se llegaba al atrio por un corredor, el “prothyrum”, a ambos lados del atrio se ubicaban las salas de recibo y habitaciones, los “cubículos”.
Luego, dividiendo el atrio del peristilo, se encontraba el “tablinum” o hall de recepción. Las habitaciones propiamente dichas estaban alrededor del peristilo, lugar más alejado de la calle y de carácter más íntimo; bajo sus pórticos quedaban, generalmente al fondo, el “triclinio” o comedor, con vista al jardín posterior de la casa.
El lujo arquitectónico se desarrollaba, sobre todo, en estos patios que se ornamentaban con fuentes de mármol, nichos con estatuas, columnas estilizadas, pisos de mosaicos y frescos en los muros. Un altar, el “arario”, para adorar a los dioses tutelares de la casa, era uno de los pequeños temas arquitectónicos mas visibles. Su arquitectura reflejo la grandeza y la unidad imperial con el mayor esplendor.
La característica construcción de inmensos arcos y bóvedas de “concretum” se generalizo en gran escala.
Los procedimientos técnicos para entreverar el ladrillo con el concreto permitieron estructuras nítidas y leves con las que se cubrieron enormes espacios. La “puzzolana”, piedra volcánica porosa y ligera, brindaba el material que mezclado con cal, producía un hormigón muy sólido y adherente.
Los arcos y nervios de ladrillo servían como un esqueleto estructural que quedaba imbuido el concreto, formando una sola unidad constructiva.
Una vez levantada la armazón de ladrillo, se vaciaba en los huecos la masa pastosa de concreto sobre fondos y moldes de madera. Estos moldes se retiraban luego, quedando sus huellas o casetones como ornamento mismo de bóvedas y estructuras.
Los muros, que recibían las enormes cargas de las bóvedas, debían construirse en forma resistente pero práctica y rápida; del cuerpo de estos anchos muros era también de concreto que se vaciaba por capas, entre dos muretes de ladrillo especiales que servían como molde.
Estos ladrillos tenían varias formas para que se adhieran de manera absoluta al concreto; nos eran triangulares “opus testaceum”, otros en forma de clavos, “opus reticulatum”, etc.
Con estos procedimientos llegaron los romanos a las más audaces y típicas realizaciones de cúpulas y bóvedas: bóvedas cilíndricas o de cañón, bóvedas de arista, formadas por la intersección, de dos bóvedas de cañón sobre espacios abiertos, bóvedas de penetración e inmensas cúpulas esféricas.
El grueso espesor de los muros tampoco era uniforma; para aligerarlos en las partes no resistentes, se formaban arcos de descarga o ciegos que los aliviaban con amplios entrantes o con hornacinas decorativas.
La arquitectura romana puede decirse que fue grandiosamente estandarizada por el estado. En ella no se encuentra, como en Grecia, la huella individual de artistas creadores.