La ocupación de los territorios genera alteraciones en el paisaje, produciendo distintos tipos de impactos que en el tiempo pueden llegar a destruir o alterar las condiciones que originalmente impulsaron la localización, luego las decisiones de implantación y las formas como se realizan deben ser siempre cuidadosas con el medio en que se insertan, ya no sólo para ser usadas, sino que también para preservarse y conservarse, de manera que puedan servir indefinidamente. Circunstancia difícil porque se basa en la convicción de que los recursos son limitados, por lo tanto se deben usar de manera restringida y potenciando la regeneración.
Situación transversal a múltiples temáticas, que en el tiempo han presentado diversos comportamientos en función del avance del conocimiento y las diferencias asociadas a los niveles de desarrollo. Las experiencias de mitigación del efecto de las implantaciones y explotaciones sobre el territorio son múltiples y ocurren cuando el daño muchas veces es irreversible, circunstancia que obedece a la falta de anticipación y al desconocimiento del medio natural construido, como también a las condicionantes que lo generaron, por lo que observar e interpretar a fin de poder proyectar los valores permanentes es la estrategia que debe guiar las acciones tendientes a formar, educar y capacitar a los productores del espacio, de manera que desde las experiencias, correspondencias, apropiaciones y evaluaciones de los impactos, se extraigan las mejores opciones de intervención.
Sabido es que el espacio es un producto social y por ende, las significaciones que genera se relacionan con una determinada estructura social, o modo de producción. Articular un discurso sobre la existencia de una determinada sociedad, implica entablar un dialogo de identidades, donde la consolidación de un núcleo social humano se reconoce a si mismo, como elemento que forma parte de un medio particular, el cual esta inserto en un espacio, compuesto por lugares y territorios que marcan una huella, que se asemejan a un texto cargado de mensajes, donde quienes lo modelan aspiran plasmar en la realidad, sus perspectivas, sus sueños y esperanzas.
Indudablemente, la vivencia y lectura de los espacios provoca la necesidad de descubrir e interpretar las intenciones de quienes los concibieron; con la dificultad de que los procesos tendientes a explicar situaciones siempre dependerán de la mirada del que interpreta, circunstancia que permite consensuar que para cada escenario existirán distintas interpretaciones, todas validas aunque todas distintas y muchas veces opuestas. La representación del espacio ciudadano, como también su experiencia social y urbana son factores determinantes para la espacialidad de los enclaves urbanos y los elementos que los condicionaron. Características como la geografía, la historia y la cultura son determinantes en la búsqueda de explicaciones que permitan entender el proceso y las variables significativas que condicionan los patrones de diseño, siendo la permanencia y adaptación de ellos la señal inequívoca de lo apropiados que resultan para cada medio particular.
La ciudad de Santiago de Chile se ubica en la prolongación del prehistórico Camino Del Inca, con un trazado a regla y cordel a imagen y semejanza de otras ciudades creadas por los españoles de la época del descubrimiento. El 12 de febrero de 1542 Pedro De Valdivia tomó posesión del territorio o localidad de Santiago del Nuevo Extremo, donde la producción del espacio se basó en la dominación, estableciendo la supremacía. En ese contexto el espacio urbano se localiza al amparo de la geografía y el trazado respalda la acción, ubicada a los pies del Cerro Huelén – hoy Santa Lucía y entre los dos brazos del Río Mapocho, su trazado original es el de una cuadricula de calles con orientación norte sur y oriente poniente, con patrones geométricos de formas simples y regulares, eligiendo la trama ortogonal y la forma cuadrada, con la plaza como centro de poder, donde la distribución de los usos es jerárquica y la consecuencia en el todo se trasmite hasta la unidad, los modelos de crecimiento y desarrollo asumen las variables iniciales y se proyectaron en el tempo.
En lo que dice relación con los patrones de comportamiento en la división de la manzana, fluyendo en el tiempo desde la ocupación total, donde la manzana es un predio, luego la manzana se divide en dos partes iguales manteniendo su ortogonalidad con la cara mayor del rectángulo en sentido norte sur, permitiendo que la pendiente oriente – poniente de la ciudad acoja en los fondos de sitio las acequias para evacuación de aguas servidas; un tercer caso, que corresponde a un mismo patrón de comportamiento de las divisiones prediales, siempre sobre los puntos medios del lado mayor, lo que genera el eje de simetría, dando origen a dos paños iguales, este modelo permite la reproducción de hasta cuatro solares, transformándose en el patrón de mayor frecuencia y finalmente un cuarto caso, que se produce al transcurrir el tiempo y el crecimiento de la población, se hace necesario una subdivisión mayor de la manzana, estructurándose esta vez de seis y hasta ocho predios por cuadra, con casas pareadas, dando origen a una parcelación de mayor profundidad.
En cuanto a las tipologías constructivas, las primeras construcciones que levantaron los españoles fueron simples ranchas de ramas recubiertas de barro con techos de paja, luego se comenzó a usar el adobe moldeado en los mismos solares y en el caso de las iglesias se utilizó la albañilería de tierra y piedra. La construcción de la época responde a una arquitectura austera y a una estructura adecuada a una región de sismos constantes, con muros anchos de poca altura, que aíslan de las temperaturas exteriores, y con contrafuertes en muros de largo excesivo, las cubiertas son de teja con estructura de madera y barro, con grandes aleros que protegían de la lluvia y amarraban los muros de adobe, permitiendo funcionar como un todo capaz de resistir los esfuerzos horizontales que generan los sismos.
Las construcciones que se generan durante los siglos XVI y XVII no presentan innovaciones urbanas significativas, aunque sí se levantan templos y viviendas, en la Zona Norte, Central y en la Zona Sur. Época en que la arquitectura empieza a mostrar signos regionales que corresponden a adecuación al medio geográfico, que se pueden apreciar en la materialidad utilizada, en las proporciones de los espacios, en el manejo de la luz y en los símbolos que hace suyos. Nace así una primera arquitectura que atiende a los usos, costumbres y organización hispánica, que acoge las exigencias locales donde se gesta, dando origen a espacios y formas propias de la lugaridad en que se implantan. Arquitectura que continuará sin grandes cambios en lo espacial y estructural hasta fines del siglo XVIII, con influencias estilísticas del renacimiento y del barroco, que se localizan en la carpintería, en el trabajo con el hierro y en la elaboración de las portadas. Es posible hablar entonces de una arquitectura popular, práctica y austera, que se observa en la composición de las fachadas, la escala, el espesor de los muros, el ritmo y dimensiones de los vanos y entre sus características materiales el uso del adobe y la teja.
Luego de la Independencia la producción del espacio cambia, se socializa, son más lo actores involucrados y por consiguiente mayor diversidad de opciones, la ciudad se complejiza y conviven en ella expresiones propias con otras que se incorporan. Santiago se abre a otros actores recogiendo otras influencias, la ciudad intenta internacionalizarse. En el siglo XX y XXI, la geometría del espacio se manifiesta a través de modelos de densificación y de subdivisión interior, cada vez hay mayor diversidad, porque la sociedad es más heterogénea, y los enclaves urbanos tienden a identificarse con sus ocupantes. Se renuevan las áreas centrales con intervenciones estatales, se crean los colectivos, nacen las poblaciones, se crean instrumentos de acceso a la propiedad de la vivienda.
El tiempo y el desarrollo generan cambios, pero debido a las invariantes geomorfológicas, topográficas y ambientales, las intervenciones utilizan las materialidades más adecuadas, e independiente de las tendencias se reinterpretan los modelos foráneos con estrategias constructivas que reconocen las debilidades del territorio. En este contexto el espacio religioso tiene un lugar preponderante, y como señala Mauricio Baros en “14 Iglesias de Santiago de Chile”. “La historia de los templos de Santiago no ha sido fácil, el tiempo los ha dibujado y redibujado una y otra vez”…., “Son muchos los hechos, son muchas las manos que han edificado cada parte de estos templos, son muchas las historias y relatos que se superponen y se entremezclan entre sí”, lo que indica que cualquier relato estará hecho de fragmentos de un tejido frágil que ha sido reconstruido una y otra vez debido a daños provocados por los rigores de la naturaleza como terremotos, inundaciones, y pestes, sin embargo estos fragmentos permiten vislumbrar la complejidad de su historia.
En tiempos coloniales el poderío religioso es sin duda más evidente que el poderío militar, la mayoría de los territorios estaban en poder eclesiástico, con templos marcados de manera relevante por catástrofes y acontecimientos políticos. El rol que ejerce la iglesia hasta fines del siglo XIX es el de un poderoso controlador de la vida de la ciudad y de su arquitectura, participando en la construcción de iglesias y conventos, hospitales, establecimientos educacionales, cementerios y lugares de culto.
Sin embargo, discrepancias entre los Borbones quienes sostenían que el rey recibía el poder directamente de Dios y los teólogos Jesuitas que defendían la idea que la soberanía era un derecho emanado de Dios al pueblo y que este lo depositaba voluntariamente sobre el rey, hace que se produzca un quiebre entre el estado y la iglesia, que unido al poder económico obtenido por la Compañía, provocó su despido de los reinos absolutistas Europeos, para luego hacerlo extensivo a todos su dominios, lo que concluyó con un decreto que fijaba su expulsión con fecha 1 de abril de 1767, emanado por Carlos III. Ello trajo consigo la expulsión de los Jesuitas en Chile en medio de amplias protestas de sectores sociales, confiscando y rematando sus bienes. La confiscación de los bienes eclesiásticos por parte del gobierno de la independencia, hace que en 1824 se rompa la hermandad colonial entre militares y clero, perdiendo no solo la presencia territorial de la iglesia, sino que produciendo un cambio en el carácter de los edificios.
Al lograr la independencia Chile a principios del siglo XIX la tarea asumida por la naciente república fue la reorganización política y jurídica del país, así como la conformación de una identidad nacional, conjugando un nuevo modelo de legitimación y ejercicio de poder, con cánones culturales acordes con las nuevas circunstancias, sin embargo el proceso de búsqueda arrojó un diagnóstico negativo, el atraso en que se encontraba la ex-colonia hacía imposible el anhelado progreso, luego fue necesario referirse a modelos establecidos por naciones, que si habían logrado desligarse de las antiguas configuraciones, sociales, políticas, económicas y culturales, y que habían logrado establecer el gobierno de la razón y la libertad, único y adecuado medio para el progreso del pueblo. Es así como las naciones de la Europa moderna especialmente Inglaterra y Francia especialmente junto a Estados Unidos se transformaron en los referentes.
Es así que alrededor de 1840 comienzan a aparecer una serie de escritos de literatos y ensayistas que expresan e institucionalizan ideas e inspiraciones, las que a mediados del siglo XIX penetraron los distintos niveles de la sociedad chilena, ellas dicen relación con la soberanía del individuo y la libertad como eje del sistema; la forma republicana de gobierno y la separación e independencia de los poderes del Estado; la nación que se inscribe en la ley del progreso y que se constituye como negación al pasado colonial; una literatura que expresa a la sociedad de la época y que se emancipa de los valores del pasado; la separación de la iglesia del Estado; el predominio del laicismo racionalista y en la vida social y las costumbres, la apropiación constante de modelos europeos y el afrancesamiento, conformando todas ellas lo que conocemos como cultura liberal. Más la incorporación progresiva a los grupos de dirigentes, de sectores vinculados a la minería, el comercio e inmigrantes, generan transformaciones en las propuestas de políticas estatales, lo que precipita el desarrollo de las ciudades y de los modos de hacer urbanismo, donde la modernidad y la configuración de una identidad nacional se hacen presentes. El pasado es repudiado y lo moderno es el paso necesario, donde los procesos conformadores de esta identidad nacional y modernidad estarán estrechamente vinculados con la inmigración europea, identidad en función de un referente externo, moderno y europeo.
Santiago, la capital de Chile, es una ciudad que se aprecia a través de una vasta, compleja y heterogénea construcción, erguida y acumulada en el tiempo a través de las edades, por innumerables y muchas veces anónimos constructores, donde cada generación ha dejado en ella una muestra de su aporte, en términos de vivienda, edificios, monumentos, que permiten observar su cultura y modo de vida en el tiempo, que no es otra cosa que la memoria de si misma, cuyo testimonio permanente señala sus orígenes y desarrollo a través de un modo de vida acorde a la época, o un modo de producción. Ahora, si bien hay algunos casos privilegiados en que las ciudades subsisten con un alto grado de integridad, que son las llamadas ciudades históricas, se dan otros casos en que solamente una parte de la ciudad, o un edificio en particular, conserva su forma original, esto último es lo que ocurre en Santiago, donde se observa una Iglesia de San Francisco de tiempos de la colonia, o un Barrio París y Londres, originado hacia 1924 por venta de una parte de los antiguos claustros de San Francisco; ellos muestran vestigios de un pasado que va quedando atrás, para hacerse presente la renovación que va destruyendo el testimonio de la evolución física y cultural de la ciudad.
En todo caso, esos edificios o partes de la ciudad, que han logrado escapar de esta destrucción o deterioro, ya sea por condiciones especiales de calidad, o de valor, permiten reconstruir parte de su historia, donde se superponen y se hacen patentes esas épocas culturales, que transmiten a la ciudad la experiencia diaria, como una lección permanente de historia de cultural.
Al observar lo ocurrido en los inicios del siglo XX, se evidencia la marca de la prosperidad económica ocurrida a fines del siglo XIX, que presenta un singular desarrollo de la arquitectura, cuyos orígenes están en los principios del neoclásico y en la irrupción del eclecticismo con influencias y transferencias de modelos europeos, con elementos arquitectónicos muy variados de diferentes estilos provenientes de las más variadas culturas que lo integran, y donde la influencia francesa predomina. Sumado a ello la aparición de nuevos sistemas constructivos y materiales de construcción que permitirán la realización de novedosas edificaciones, auspiciando los cambios que en este terreno anunciaba el nuevo siglo.
Cambios que se manifiestan en una ciudad con importantes avenidas, jardines, plazas y también la construcción de numerosas iglesias y conventos, bajo las nuevas normativas estéticas de la modernidad establecida. En efecto, es considerable el grupo de construcciones religiosas construidas a fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Son iglesias y conventos de bella factura que sostienen una vuelta a las reversiones neoclásicas, neogóticas neobizantinas, donde un número importante de ellas presentan influencias góticas.
Este tipo de construcciones se produce en época republicana, cuando el país contaba con una política imperante abierta, de intercambio cultural y económico con el mundo y Europa, y con una situación económica en ascenso, fruto del extraordinario desarrollo de la minería de plata, oro y carbón, que trajo consigo, la emigración de familias de provincia o del extranjero a la capital, donde cada una de ellas aportaron su influencia externa y al mismo tiempo, permitieron a las familias con mayores recursos salir del país, tanto en plan turístico, como de estudios, para luego retornar y materializar lo visto, dando origen con ello a un cambio de costumbres y modelos; la sociedad ya no fue la misma, hecho que se manifiesta en su anhelo por asimilar los modelos europeos de la época.
Se produjo una renovación cultural, que se manifestó en la llegada de profesionales extranjeros que asumieron labores en las distintas áreas de gobierno, sumado al avance comunicacional y tecnológico en la renovación de los métodos de construcción y aparición de materiales nuevos junto a la necesidad de la respuesta espacial a necesidades que antes no existían. La interpretación del gótico en el espacio religioso llega a través del neogótico a Santiago de Chile tomando de la arquitectura europea la visión nacionalista como símbolo de la conciencia patriótica, adaptándola a las técnicas constructivas locales, manteniendo influjos medievales, que se manifiestan en los edificios construidos en la primera mitad del siglo XX, ocasión en que se levantan la mayoría de las iglesias neogóticas, transformándose más bien en una arquitectura de proporciones modestas y con gran apego a cánones formales del gótico medieval, donde abundan elementos tales como ojivas, arcos apuntados, bóvedas de crucería u ornamentos con motivos vegetales, y donde cada construcción es un aporte significativo para el tiempo en que fue gestada, pero con una significación simbólica que es extemporánea y que representa más bien un código de lectura compleja y variada.
La interpretación del gótico en el espacio religioso llega a través del neogótico a Santiago de Chile tomando de la arquitectura europea la visión nacionalista como símbolo de la conciencia patriótica, adaptándola a las técnicas constructivas locales, manteniendo influjos medievales, que se manifiestan en los edificios construidos en la primera mitad del siglo XX, ocasión en que se levantan la mayoría de las iglesias neogóticas, transformándose más bien en una arquitectura de proporciones modestas y con gran apego a cánones formales del gótico medieval, donde abundan elementos tales como ojivas, arcos apuntados, bóvedas de crucería u ornamentos con motivos vegetales, y donde cada construcción es un aporte significativo para el tiempo en que fue gestada, pero con una significación simbólica que es extemporánea y que representa más bien un código de lectura compleja y variada.
Entre los ejemplos más connotados está la iglesia de San Pedro en la calle Mac-Iver; la parroquia del Niño Jesús de Praga al comienzo de la calle Independencia; la parroquia de Santa Filomena en el barrio Patronato; la iglesia Corpus Domini ubicada en la calle Santo Domingo; la iglesia de la Gratitud Nacional en la Alameda; la Basílica del Salvador en la calle Huérfanos; la parroquia del Perpetuo Socorro en el barrio Estación Central, por nombrar las más importantes, que le dan una fuerte presencia simbólica a la Iglesia Católica, y que en su mayoría corresponden a iglesia de conventos, que tiene una etapa de refundación, con un gran número de vocaciones, transformándose en verdaderos centros de referencias de sus respectivos barrios.
Con respecto a semejanzas y diferencias de estas construcciones respecto de los modelos de la arquitectura gótica que las inspiraron, se observan planta en cruz con tres naves, siendo no siempre la nave central de mayor altura. Respecto a la definición de fachadas solo una de las seleccionadas presenta la típica fachada en forma de H que caracteriza al gótico, sin embargo todas presentan los tres cuerpos horizontales no así las tres secciones verticales. Formalmente hay un patrón que se repite y es la existencia de una torre central de mayor altura y dos torres laterales de altura menor.
Con respecto a la materialización del espacio interior, todas las iglesias son construcciones modestas de alturas menores, muy alejadas de las grandes catedrales góticas y con una materialidad propia del lugar, que no permite por materialidad y riesgo la elevación, lo que genera un espacio interior intimo y con un despliegue de color en variados diseños ornamentales en pilares, cielos y paramentos verticales, situación que las hace únicas. AL analizar y comparar estas iglesias con el gótico originario se observa que en la gestación primaria, la producción expresada a través de un sistema constructivo propio, considera el material como elemento básico y sus leyes como patrón de acción, en este contexto, la estereometría de la piedra constituye la razón que fundamenta las diferentes propuestas, además de la estructura social expresada en las cofradías de constructores. Es así como el tallado pasa a ser no sólo la forma como las partes conforman el todo, donde la sumatoria de ellas adecuadamente colocadas, permiten dar forma al edificio, sino también constituyen la organización social de una época.
Sin embargo, en Santiago no hay piedra, luego el material elegido en la mayoría de los casos es la albañilería de ladrillo. Sistema constructivo al que no se le reconoce resistencia a la tracción y el comportamiento tanto a la compresión como al cortante es escaso comparado con la piedra y el hormigón, teniendo una mínima capacitad para aceptar deformaciones antes de colapsar. El gótico se caracteriza por la importancia de la estructura en el diseño de la arquitectura, donde los arcos de ojiva y las bóvedas de crucería buscan formas apropiadas para el soporte de cargas estáticas en la tarea de salvar luces, y los arbotantes aparecen en los puntos indicados para neutralizar los empujes de arcos y bóvedas sobre los muros de la envolvente, todo esto apoyado por pináculos que con su masa cambian la dirección de la resultante de empujes llevándola al suelo, válido para una arquitectura en la que las solicitaciones son las de su peso propio y la acción del viento, y donde el peso de la misma constituye un aspecto favorable.
Al incorporar la acción del sismo como ocurre en este caso, el panorama cambia radicalmente, ya que la masa del edificio se convierte en un aspecto destructivo para la estructura, donde la magnitud de los esfuerzos y deformaciones que afectan a la estructura por los desplazamientos del suelo de fundación, son directamente proporcionales a la masa del edificio, es así como los elementos estructurales frente a las solicitaciones gravitacionales pierden consistencia al cambiar la dirección y sentido de la solicitación, perdiendo su eficiencia y estabilidad. Esta es seguramente la razón principal de este tipo de arquitectura, que toma parte de los elementos formales interiores del gótico, adecuándolos a la localidad, como son las bóvedas de crucería falsas, además de su aspecto formal exterior, que difiere del modelo original como es la torre central que la transforma en hito y que constructivamente responde a la materialidad utilizada, y a la condición de sismos que presenta la lugaridad y que ha particularizado la arquitectura. Así, se producen las soluciones que interpretan al gótico en Hispano America, con un desarrollo horizontal de los edificios, con la presencia de contrafuertes y una escasa altura en las torres, constituyéndose en algunas de las características que singularizan la arquitectura latinoamericana frente a los estilos europeos.
En síntesis, el neogótico observado en las iglesias de Santiago de Chile, constituye una expresión propia del lugar, que adoptando patrones y conceptos estilísticos, se reinterpreta, acogiendo las variables del medio, transformándose en una de las formas más relevantes de arquitectura apropiada, concepto que también suele ser entendido como vernáculo y que sin lugar a dudas es ambientalmente sostenible.
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Gracias al colaborador Raul Matias Bencosme por colaborarnos este interesante artículo.
Autor original: Mirtha Pallarés Torres / Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile. Dirección: Portugal 84, Santiago, Chile – Casilla 3387 – Email: mipallar@uchile.cl