Luz difusa y luz dirigida.
Si abandonamos el área de la cantidad y nos dirigimos hacia las cualidades de la luz, la diferenciación entre la luz difusa y dirigida resulta ser uno de los aspectos más importantes. Ya por la experiencia cotidiana estamos familiarizados con las correspondientes situaciones de iluminación: la luz dirigida del sol con un cielo despejado (cambio dramático de luz y sombras) y la luz difusa con un cielo cubierto (iluminación uniforme, casi sin sombras).
La luz difusa emana de grandes superficies luminosas. Éstas pueden ser amplias fuentes de luz como el firmamento con luz diurna o techos luminosos en el área de la luz artificial. No obstante, la luz difusa también se refleja, y esto es más frecuente en espacios interiores, en techos y paredes iluminados. De este modo se crea una iluminación uniforme y suave, que da luminosidad y claridad a todo el espacio, pero prácticamente no origina sombras o reflejos.
La luz dirigida emana de fuentes de luz puntuales: el sol en el caso de la luz diurna, lámparas de construcción compacta en el área de la luz artificial. La propiedad más importante de la luz dirigida es la creación de sombras sobre cuerpos y superficies estructuradas, así como de reflejos sobre objetos brillantes. Estos efectos aparecen con una baja parte de luz difusa en toda la iluminación con especial claridad. En el área de la luz diurna se encuentra la parte de luz dirigida y difusa en un cielo despejado mediante la proporción de luz solar y celeste (5:1 hasta 10:1) prácticamente fijada.
En cambio, en el interior se puede elegir libremente la relación de luz dirigida y difusa. Si techo y paredes reciben poca luz o luz incidente la parte de luz difusa es absorbida considerablemente por bajas reflectancias del entorno. Sombras y reflejos se pueden destacar hasta obtener efectos teatrales. Esto se aprovecha de modo dirigido en presentaciones de objetos, pero en la iluminación arquitectónica sólo desempeña un papel si se pretende resaltar un efecto dramático del espacio. La luz dirigida no sólo proporciona sombras y reflejos, sino que ofrece nuevas posibilidades a la planificación de iluminación mediante la elección de ángulo y dirección de irradiación. Mientras que la luz de fuentes de luz difusas o de radiación libre partiendo desde el lugar de la fuente de luz siempre tiene influencia sobre todo el espacio, en el caso de la luz enfocada se separa el efecto luminoso del lugar de la luminaria.
Éste es uno de los mayores avances en luminotecnia. Si en la era de las candelas y lámparas de petróleo la luz estaba ligada al inmediato entorno de la luminaria, ahora existe la posibilidad de aplicar una luz efectiva lejos de la fuente de luz, de producir desde casi cualquier lugar efectos luminosos de iluminancias definidas en áreas definidas con exactitud. Así, se puede iluminar un espacio diferenciadamente y de manera consciente, la iluminancia local correspondiente se puede adaptar al significado y contenido informativo del área iluminada. Una propiedad tanto natural como fundamental de nuestro entorno es su tridimensionalidad. Informarnos sobre este aspecto por tanto debe ser un objetivo esencial de la percepción visual. La tridimensionalidad abarca diferentes áreas individuales, desde la extensión del espacio a nuestro alrededor, por la situación y orientación de los objetos en el espacio, hasta su forma espacial y estructura de la superficie.
En la percepción de estos aspectos del espacio intervienen numerosos procesos fisiológicos y de percepción psicológica. Para la percepción de formas cúbicas y estructuras de la superficie, en cambio, es de primordial importancia la modelación a través de luz y sombras, una propiedad de la luz dirigida que hasta ahora sólo se ha mencionado, pero que no ha sido analizada en cuanto a su valor aritmético para la percepción. Si, por ejemplo, observamos una esfera con la iluminación totalmente difusa, no se percibe su forma espacial, sólo aparece como una superficie circular. Únicamente cuando la luz dirigida cae sobre la esfera es decir, sólo cuando se forman sombras se puede reconocer su volumen.
Del mismo modo sucede en la percepción de estructuras de la superficie, que prácticamente no se distinguen con una luz difusa o de incidencia vertical y sólo se perfilan con la luz dirigida en ángulo a través de su efecto de sombras. Es decir, sólo mediante la luz dirigida se posibilita la información sobre la disposición espacial de objetos. Del mismo modo que la ausencia total de luz dirigida imposibilita esta información, también un exceso de modelación puede ocultar informaciones. Esto es precisamente lo que ocurre cuando mediante una luz de orientación extrema partes de los objetos desaparecen en las sombras sobrepuestas.
Por tanto, es tarea de los proyectistas crear para cada situación una relación adecuada de luz difusa y dirigida. Determinadas tareas visuales, en las que el volumen o la estructura de la superficie de los objetos observados se encuentran en primer término, exigen una iluminación de modelación acentuada. En cambio, si el volumen y la estructura de la superficie no desempeñan un papel importante o incluso son molestos, se puede aplicar una iluminación completamente difusa. No obstante, por regla general se debería disponer tanto de luz difusa como dirigida.
Una iluminación con partes equilibradas de luz difusa y dirigida proporciona visibilidad de todo el entorno y posibilita al mismo tiempo una percepción espacial y viva de los objetos. En las normativas para la iluminación del puesto de trabajo se encuentra un criterio de valoración que se obtiene por medio de cálculos para la capacidad de modelación de una iluminación, que aquí se denomina efecto de sombra (se utiliza también el término modelado). El efecto de sombra se define aquí como la relación de la iluminancia cilíndrica frente a la horizontal.
Gracias al colaborador Tomas Matias Rodriguez por enviarnos este material para ser publicado.